En el aire que respiramos existen numerosos microorganismos en suspensión, la mayoría de ellos son inocuos, pero a veces pueden transmitirse gérmenes patógenos. Este es el caso de una de las enfermedades más frecuentes del invierno: la gripe.
Según datos proporcionados por el Centro Nacional de Epidemiología cada año padecen gripe en España unos 3-3.5 millones de personas, lo cual significa en torno a 7.800- 8.000 personas por cada 100.000 habitantes. En Estados Unidos, hasta 40 millones de americanos contraen la gripe cada año, y cerca de 150.000 requieren hospitalización.
Un caso de gripe, con toda probabilidad enviará a un adulto o niño a la cama durante 3-5 días. Transcurrido este tiempo, la persona se recuperará por completo, aunque la tos y el cansancio podrán persistir durante algunos días o semanas más.
Sin embargo, la gripe puede llegar a ser una enfermedad seria, especialmente en mayores de 65 años y en personas con enfermedades crónicas, tales como diabetes, enfermedad cardíaca, asma o SIDA. Todos ellos son más propensos a desarrollar complicaciones que pueden desembocar en la muerte del enfermo.
De hecho, la gripe ocupa el quinto puesto en la lista de principales causas de muerte. Concretamente, durante epidemias pasadas en los Estados Unidos, la gripe y sus complicaciones causaron entre 10.000 y 40.000 muertes.
Hablemos de la gripe
La gripe es una enfermedad respiratoria aguda causada por el virus de la influenza. El virus de la gripe pertenece a la familia de los Orthomyxovirus y existen tres tipos: A, B y C, siendo los tipos A y B los más comunes.
Esta enfermedad es más frecuente en otoño e invierno. En el hemisferio norte ocurre entre los meses de noviembre a abril, mientras que en el hemisferio sur aparece entre los meses de mayo a octubre.
Tiene como particularidad que el agente causante es un virus de fácil mutación, lo cual implica que el virus circulante ese invierno será, probablemente, diferente al del invierno anterior y, por tanto, la inmunidad adquirida previamente puede no ser efectiva.
Es muy contagiosa y puede afectar a todos los grupos de edad, por lo que toda la población es susceptible de sufrir gripe; y aunque en principio no es grave, en aquellas personas que tengan una enfermedad precedente, puede complicarse y desembocar en su fallecimiento.
Un microscópico virus
No vamos a tratar de detallar aquí las características del virus de la influenza, ya que esto entraría a formar parte, más de un texto de microbiología que de un artículo sobre la gripe; pero lo que sí queremos explicar es qué es lo que hace que este virus sea tan contagioso.
Como hemos comentado anteriormente, existen varios tipos de virus de influenza, de los cuales los principales son Influenza A e Influenza B. El tipo A se aisló por primera vez en 1933 y es el más dañino, provocando la aparición de un cuadro más severo; el tipo B se aisló en 1580 y ocasiona un cuadro leve.
Se trata de un virus RNA, formado por una nucleocápside y una envoltura en cuya membrana se encuentran dos proteínas de superficie, responsables de su capacidad antigénica: la neuraminidasa (NA) y la hemaglutinina (HA), que son capaces de estimular la formación de defensas específicas por parte del organismo humano, para combatir al virus que las contiene.
El carácter estacional de esta enfermedad se debe a los frecuentes cambios que tienen lugar en dichas proteínas antigénicas (neuraminidasa y hemaglutinina), dando lugar a diferentes cepas, que ya no son reconocidas por el sistema inmunitario. Esto hace que, a diferencia de otras enfermedades infecciosas como la rubéola o el sarampión, una vez que se ha pasado la gripe, la persona no se haga inmune a ella para el resto de su vida; y que en un mismo año, una persona pueda padecer varias veces la gripe.